Los plebeyos ordinarios
¡Dios que buen vasallo, si tuviese buen señor!
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga
Cantar del mío Cid
La historia se repite desde hace unos años: Algunos mandos de Comandancia y Compañía, con la anuencia de los Jefes de Zona, han decidido por la vía de los hechos y al margen de lo que tiene establecido la Dirección General de la Guardia Civil, que los suboficiales jefes de unidad no son válidos. No sirven para mandar unidades. Piensan que son más útiles cuando se integran en turnos de ocho horas con diversas denominaciones para tranquilidad de los oficiales, en patrullas rutinarias de seguridad ciudadana para aumentar el potencial de servicio, como comodines del Puesto ante la falta de personal o como meros “equipos de atestados”. Todo vale antes que su desempeño como Comandantes de Puesto, que pasa siempre a segundo plano. Consideran estos mandos que mantener los valores de cercanía, conocimiento y referencia institucional de cara al ciudadano es labor secundaria y que en la gestión del servicio operativo y del personal y material asignado a sus unidades no son lo suficientemente competentes, minimizando para ello su acción directiva con medidas procedimentales de tal nivel de concreción que ahogan su capacidad de intervención y autoexigencia. Plebeyos al fin y al cabo.
Ante esto, podríamos preguntarnos si el despliegue territorial asignado a la Guardia Civil es el culpable de esta situación, y si éste y los servicios que presta el Cuerpo sirven para cubrir las necesidades que tienen los ciudadanos de este país para sentirse seguros y también para garantizar el libre ejercicio de sus derechos y libertades proclamados por la Constitución sin tener en cuenta el lugar donde se está empadronado. Y la respuesta la da, año tras año, el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) cuando sitúa a este Cuerpo como una de las instituciones mejor valoradas por los españoles y que mayor confianza les inspira.
Por lo tanto, el mal endémico, el cáncer que sufre la benemérita, no es su despliegue territorial sino la falta de personal para cubrir de manera efectiva las plantillas de esas pequeñas unidades. La pérdida de efectivos sufrida por la crisis económica y en este momento la constante aparición de micro unidades-fantasma creadas al albur de cualquier oficial inspirado o lleno de creatividad, está haciendo que la tasa de reposición sea siempre insuficiente. Un pozo sin fondo. El problema de la Guardia Civil no es su despliegue, que garantiza su presencia y convivencia más allá de los grandes núcleos urbanos, sino la imposibilidad de reposición y el aumento de las plantillas que componen esos Puestos Ordinarios diseminados a lo largo y ancho de la geografía española. Y es que el ADN de la Guardia Civil, su singularidad y fortaleza, es precisamente su despliegue territorial. Esas pequeñas y medianas unidades que, comandadas por suboficiales, vertebran el Estado y refuerzan la colaboración y empatía con el resto de administraciones públicas.
La pandemia que estamos sufriendo por la COVID-19 y que se vio agravada por los efectos climáticos adversos del temporal “Filomena”, sitúa y refuerza a la Guardia Civil como garante de la seguridad pública en aquellas zonas más alejadas y aisladas de las grandes urbes, pues desde el minuto uno es posible poner a todo el personal disponible a trabajar sobre el terreno; no hay que esperar el despliegue de nadie porque ya estamos allí y además somos conocedores de sus gentes, de sus propiedades y necesidades y la información que se proporciona lo es en tiempo real. Todo esto es determinante para que el Gobierno y también las distintas Comunidades Autónomas adopten las decisiones que crean más oportunas. Incluso en los primeros días de la declaración del Estado de Alarma, donde reinaba el desconcierto y el temor a la enfermedad, y donde la ausencia de directrices claras y la falta de material de protección eran patentes, hicieron que los Comandantes de Puesto junto con el personal a sus órdenes fueran indispensables para aguantar los primeros envites de esta guerra contra un virus que acababa de comenzar.
Pero es que además, cuando a estos Puestos Ordinarios los dejamos funcionar y no se le detraen los pocos efectivos que ya tienen, ya sea a través de concesiones de comisiones de servicio o con la creación de esas unidades fantasma a las que aludía al principio, y por el contrario, se los potencia y se los deja trabajar, ocurren cosas como la operación policial llevada a cabo estos días pasados que, capitaneada por un suboficial jefe de un puesto ordinario de la Comandancia de Toledo, ha logrado desarticular una banda criminal dedicada al robo y tráfico de drogas en su localidad, engrandeciendo y acreditando de esta manera la labor que realiza la Guardia Civil en cualquier rincón de España.
Pero esto es lo siempre, lo que yo llamo el “síndrome del anciano”: la cabeza va por un lado y el cuerpo va por otro. La Ley de Personal otorga a los suboficiales funciones directivas y ejecutivas de mando, la Dirección General de la Guardia Civil ordena y determina que el comandante de puesto es ante todo mando de unidad, y por otra parte va el Cuerpo y se olvida de ello. Simplemente le utiliza como el comodín de la llamada, le comprime en sus funciones a través de órdenes y planes de servicio que ahogan su iniciativa y le quita toda la autonomía posible para dirigir su unidad, poniendo en entredicho tanto su autoridad como su capacidad de dirección que termina relegada al ostracismo. Salvo, claro está, que el comandante de puesto sea patricio. En ese caso, el alzhéimer si tiene cura.